“Vendí mis primeros cuadros
a los siete años de haber empezado a pintar. Con los ingresos que fui
obteniendo compré una casa en un prestigioso barrio en el mar de Crimea. Pasado
un tiempo me di cuenta de que no podía pintar más, la inspiración se había ido.
Comprendí que ser artista no es una profesión, sino un estado especial, muy
especial de la vida y la comodidad absoluta mata los sentimientos. Entonces vendí
la casa y me fui a Nueva York. Alquilamos un estudio en Brooklyn en Sheepshead
Bay. Nueva York es una ciudad maravillosa”.
“En 1995 llegué a San Diego
con mi amigo Mikhail y nos fuimos a Méjico. Empezamos nuestro recorrido en
Tijuana y nos fuimos trasladando desde la costa hasta los sistemas montañosos
desiertas del norte de México. Allí viven los descendientes de los mayas para
los que el color era sagrado. La vida después de la muerte era tan importante
para ellos como la vida real. He aprendido mucho de ellos''.
Fuentes:
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